Nuestra existencia es un fluir de continuos episodios de pérdidas, nacimientos y muertes. Desde el momento de nacer estamos viviendo en una resurrección constante. Necesariamente algo debe morir para volver a nacer.
Cada crisis supone una pérdida y un soltar, el mundo nos fractura el escenario con las experiencias que nos regala, pero siempre es posible la reconstrucción que nos hace comprender que somos Vida.
Así mismo cada pérdida nos enseña que todo es impermanente y que si el dolor es inevitable, nos está indicando con su cálido manto que es necesario respirarlo, habitarlo, vivenciarlo en todo su esplendor para volver después del trance, a germinar en un fértil campo en la próxima primavera.