El que quiere vivir el placer sin el dolor y el orden sin el desorden, no entiende las leyes del cielo y de la tierra.

Chuang-Tse

El diseño de la naturaleza parece contener en sí mimo la idea del ciclo y la polaridad. Montañas y valles, veranos e inviernos, diástoles y sístoles. Mareas y ciclos lunares, soles y estrellas en elipses ingrávidas. Vigilia y sueño, biorritmos y pulsos magnéticos… el Universo parece responder a la visión que nuestra mente dualista tiene de él, como si se tratase de un gran pulsar de espirales y alternancias. Una visión exterior que se corresponde asimismo con la percepción interior de placer y de dolor que parece encontrarse en un paraíso y un infierno de nuestra geografía cerebral.

 

En 1954, los doctores Olds y Milner descubrieron en el cerebro, un centro de placer y otro de dolor. Dichos científicos, realizando una de sus investigaciones neurofisiológicas, implantaron un electrodo en la corteza cerebral de un ratón que se comportó de una manera rara e inhabitual. Lejos de huir de Olds, volvía con obstinación al lugar donde éste había desencadenado la estimulación. No cabía duda de que se “desparramaba” de gozo, en realidad,  parecía hallarse en un auténtico “paraíso”. Olds localizó otros puntos cerebrales de esta zona paradisíaca y observó que éstos se encontraban cerca de la base del cerebro y formaban una curiosa cruz en el hipotálamo. Pero, ¡atención!, al poco tiempo, también descubrió un “infierno” cerebral en el que la estimulación eléctrica provocaba un gigantesco terror al animal, un terror cuya mímica expresaba, “¡esto jamás, a ningún precio!”. Más tarde, localizó estos paraísos e infiernos cerebrales en delfines, pájaros, perros, cerdos, gatos, conejos y otros animales. De todas formas, la naturaleza ha sido caritativa: en el cerebro del ratón, el citado paraíso es siete veces más extenso que el correspondiente al infierno. Parece que el diseño de la vida está orientado, de manera definida, hacia el goce de existir.

 

Curiosa proporción de siete a uno. ¿Acaso para disfrutar el cielo deberemos, necesariamente,  conocer el infierno?, ¿acaso para percibir lo alto, deberemos percibir lo bajo? ¿o lo agrio y lo dulce, lo blando y lo duro, lo rígido y lo flexible…? El diseño dualista de nuestra mente contempla la experiencia del contraste como parte del juego de la consciencia. Sin embargo, si observamos nuestros “vaivenes” y mareas como un péndulo que oscila en el propio escenario mental, también veremos que existe un punto alto e inamovible desde donde el péndulo parte. Un “tercer punto” más allá de los lados, desde donde Es el sí mismo-observador de la dualidad alternante y perpetua.

 

¿Se puede escapar del sufrimiento? Esa pregunta obsesionó al príncipe Siddharta que, tras años de tenaz entrenamiento, devino Buda. Su doctrina, que más que una religión es un programa de descondicionamiento mental, afirma que es posible hacer cesar el sufrimiento sin que por ello tenga que desaparecer el dolor físico y emocional como aspecto natural de las cosas. Para ello propone arraigar la identidad en la esencia del Ser y des-identificarse de lo que uno no es. En consecuencia, el dolor del cuerpo-mente no afectará directamente al propio sujeto-observación, lúcido y numinoso.

 

¿Qué dicen las modernas ciencias acerca de ello? Para aprender a no sufrir, la Psicología ofrece gran variedad de técnicas basadas en el adiestramiento de la atención y en la interpretación óptima de lo que sucede. En realidad, tanto unas como otras se basan en el entrenamiento de la mente y en la conquista de la Excelencia. Por su parte, la Filosofía Perenne afirma que, para hacer cesar el sufrimiento, es en la trascendencia de la mente donde reside la respuesta. Algo que, por una parte, Jesucristo señaló como la sublimación del egoísmo con el llamado “amor al prójimo”, y por otra, Buda como la Iluminación a través de la “expansión de consciencia”. Ambos caminos han señalado, a lo largo de los siglos, que la salida del Laberinto conlleva una expansión sostenida de consciencia. 

Fragmento del Libro “Inteligencia del Alma. 144 avenidas neuronales hacia el Yo Profundo” José María Doria
Libor Inteligencia del Alma
Cartas Inteligencia del Alma

En un mundo como el actual, en el que predicadores y vendedores de ideas prometedoras se reparten la energía de los buscadores, Inteligencia del Alma se yergue como una síntesis de sabiduría que inspira al lector de manera no casual sobre la mejor actitud para recorrer «el días de hoy» y dar sentido a su vida. Es una obra que alberga lúcidos pensamientos de muchos de los sabios que han acompañado al hombre a lo largo de toda su historia, y los pone al alcance del lector con el fin de aportar claridad para caminar en este convulso mundo y para saber salir de la actual confusión de creencias y valores contradictorios. Nos hallamos ante una obra creada para explorar el yo profundo y descubrir el arte de ser mediante el cotidiano recorrido de las 144 avenidas neuronales que la conforman.