Un hombre suplicó a su maestro que le perdonase sus pecados. Éste le dijo que bastaba con que procurase que su mente no lo inquietara.
Si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, encontraríamos en la vida de cada uno las suficientes penas y sufrimientos como para desarmar cualquier hostilidad.
Acusar a los demás de los propios infortunios es un signo de falta de educación. Acusarse a uno mismo demuestra que la educación ha comenzado. No acusarse uno mismo ni acusar a los demás demuestra que la educación ha sido completada.